Cuenta Mariano Manent en el hermoso prólogo de su libro Com un núvol lleuger, que un verano de 1962, mientras descansaba bajo los viejos árboles de una masía solitaria, escuchó el canto de un pájaro, increíble en su delicadeza. “Era —escribe— un breve y dulcísimo trinar, que nunca había oído.” Pero hasta unos años después, el poeta no pudo localizar al ave sonora, este pájaro dorado, arisco, de “magre miol” y “flauteig inefable” al mismo tiempo que es la oropéndola. Andaba Manent por entonces trabajando en las versiones de estos poemas chinos que ahora ha publicado. La oropéndola había sido cantada muchas veces por aquellos lejanos poetas de las dinastías de Xin, de Tang, de Song, de Ming o de Tsing. La coincidencia de este dato nos acerca al esfuerzo de recreación, al estado de ánimo, de ensimismamiento y de lucidez en que se encontraba el poeta cuando empezaba a revivir la oculta tensión de cada poema. El amor por la poesía china la sintió Manent hace ya más de treinta años, cuando publicó otro libro, titulado L’aire daurat. Es el mismo que dice: “Quizá he obedecido sin darme cuenta a la extraña ley del retorno, al que el “Tao Teh Txing” alude constantemente.” Estos casi sesenta poemas, algunos de ellos de “Xi King” o Libro de las Odas, tan elogiado por Confucio, escritos en el 1776 y el 256 antes de Jesucristo, hasta el último de Feng Fei-ming, compuesto en el siglo XX, pertenecen casi a un mismo estilo, profundamente lírico, que emplea con gran habilidad técnica los mismos elementos del paisaje: ciruelos floridos, enredaderas entre las que se escapa el atardecer, el vuelo otoñal de los patos, el pisar de los caballos sobre la nieve nocturna, la flor del loto o las golondrinas. Hay en todas estas obras un no sé qué de intemporalidad ganada, quizá, a fuerza del dominio sobre los propios sentimientos, que quedan de esta suerte trascendidos siempre, definitivamente objetivizados. ¿No es éste precisamente uno de los síntomas más convincentes de la verdadera poesía? El poeta se desvanece en la consistencia de sus palabras. Pero hay que entender bien esta casi intemporalidad. Degge, en su monumental edición del Libro de las Odas, había escrito: “Probablemente no hay ningún país en el mundo que haya bebido tanta sangre de sus batallas, sitios y asesinatos”. Manent quiere evitar cualquier dorada interpretación de la China imperial, y si bien considera difícil encontrar un vínculo histórico preciso entre estos poemas y el ambiente social y político en que fueron escritos, nos hace ver que se trata de una poesía de fuerte inspiración ética, “que nos da un fácil retrato de lo que era bueno o malo en un momento de la historia de aquel pueblo.” Los poemas reflejan una melancólica pasividad, raramente un gusto de resistencia activa: “El sueño / huyó de los hombres, temerosos en este tiempo de guerra / ellos no podían modificar el camino de las estrellas.”
Estos antiguos poetas chinos escriben con sencillez sobre el amor, la primavera, las noches del verano o las nubes. “Son negras sobre el campo — las nubes en reposo.” Al atardecer de ámbar, la lluvia cae brillante. El tiempo es como la lluvia, que se escapa cada día más ligero que el vuelo de los patos hacia el Poniente. Uno de estos poetas, no es Tu Fu, ni Lin Piao, sino un anónimo, ha dejado escritos estos versos: “Dos corazones sin palabras se aman en secreto. — Ella cose junto a la luz. — En medio del claro de luna él caminaba. — Sabe que ella vela todavía — y ante las escaleras se queda quieto. — Escucha el tintineo de las tijeras en la noche azul”.
Pero esta poesía describe también los campos de batalla con blancos huesos sobre los que, fría, brilla la luna, y cómo mana la sangre de los soldados heridos que avanzan por el camino… “Todo trae la guerra al mundo; no habrá fugitivo… Me siento en la cama y pienso, y la noche es pesada”.
En otra noche, Feng Fei-ming, un poeta de nuestro siglo, ha abandonado la lectura del Libro de los Cambios. Contempla su suerte, recuerda aquel verso aprendido de niño: “Es el pez flor de agua”; mira la luz de la lámpara, que le dice: “Escucha el paso de los soldados.” Feng Fei-ming leía los viejos versos del Tao The Txing, a cuya llamada ha vuelto Mariano Manent al dedicar este nuevo libro a la poesía china, ofreciéndola con toda su profundidad, más allá de las bellas imágenes exóticas del Oriente. Com un núvol lleuger (Como una nube ligera) ha sido escrito con tanta lucidez como delicadeza. Al fin y al cabo, bien vale todo nuestro amor esta otra nube ingrávida y transeúnte, tan fatigada, que es el hombre. Al final y al cabo, la mejor poesía reposa, siempre, cerca de nosotros.

Artículo publicado en ABC el 20 de febrero de 1968.