“Andiamo”, decía el viejo maquinista al arrancar este tren centenario en la pequeña y abandonada estación de Agolat, construido por los italianos desde el puerto de Masaua, a orillas del Mar Rojo, hasta Asmara, capital de Eritrea, la “pequeña Roma”. Para cinco turistas y dos guías, seis ferroviarios lo pusieron en marcha, tras verificar sus ruedas, en un viaje particular de veinticinco kilómetros a través de un bello paisaje con pinos y chumberas, como en una geografía mediterránea de luz espléndida. El tren dejó de funcionar al principio de la década de los sesenta, a raíz de combates de milicianos eritreos que luchaban por su independencia contra el ejército de…