«Azorín», en Barcelona - Tomás Alcoverro
Escritores en la orilla

«Azorín», en Barcelona 

En 1906, “Azorín” coge el expreso para Barcelona. “Lleva una misión de ABC: La de oír el pensamiento de las personas más salientes de Cataluña, la de recoger el estado de opinión de todas las clases sociales acerca de la cuestión catalana”.

El 31 de marzo, “Azorín” publica la primera crónica del viaje. El ambiente político era muy tenso. El Parlamento había aprobado, después de abandonar sus escaños los diputados ctalanes, la ley de Jurisdicciones. Las crónicas se escribieron, pues, entre la fecha de la aprobación de la ley —20 de marzo— y el día en que Barcelona ofreció un homenaje a cuantos parlamentarios votaron contra la ley —el 20 de mayo—. En Barcelona se había formado ya la Solidaridad Catalana, que agrupaba las fuerzas republicanas, regionalistas y carlistas contra todos los Gobiernos.

Este es el momento en que “Azorín” llega a Barcelona.

El escritor visita a Jaime Carner, a Puig y Cadafalch, a Miguel de los Santos Oliver, a Domènech y Muntaner, a Roca y Roca. Azorín se fija en los ojos, en las manos del arquitecto Puig y Cadafalch: “Sus ojos miraban vivamente a una parte y a otra; sus manos pasaban instintivamente por el plano (era un plano azul que había sobre su mesa atiborrada de libros y periódicos) y lo acariciaban como se acaricia una obra querida.”

A Roca y Roca, el periodista, le conoce en casa de su amigo Junoy, después de haber acabado de comer, mientras conversaba “amenamente” con un grupo de amigos y “ascendía el humo de los cigarros en finas y azules espirales por el aire”.

—“La ley de Jurisdicciones —le dice— ha unido a todos los catalanes en un mismo sentimiento que fácilmente se transformará en una idea concreta y práctica y no ya de índole particularista, sino eminentemente española.”

“Azorín” irá luego a casa de Lerroux. “Para ir a ver a Alejandro Lerroux es preciso tomar el tranvía si partimos del centro de Barcelona —en la plaza Cataluña—. Después se recorre la larga calle que atraviesa Gracia y se llega a una plazoleta de pueblo y se echa pie a tierra. En el fondo, sobre un altozano, se levanta una iglesia.”

“Azorín” ha apoyado su dedo sobre “un microscópico botón eléctrico” en la jamba de una estrecha y modesta puertecita. Ha cruzado por el diminuto jardín con unos pequeños pasillos limpios y cuidados, con “rosas rojas, lirios azules, bermejos y blancos claveles que destacan entre la verdura”.

Para el señor Lerroux, el bloque que se ha formado en Cataluña es enemigo de la democracia y la libertad. El diputado republicano le dice al cronista: “Y a esto me he de oponer yo con todas mis fuerzas, y ésta es la razón porque si yo apruebo el homenaje que se prepara a los diputados republicanos que combatieron las jurisdicciones, me niego rotundamente a ir más allá de ese homenaje y recobre mi absoluta, mi total libertad de acción.”

El domingo 15 de abril aparece la crónica dedicada a Prat de la Riba. Prat de la Riba es el director de “La Veu de Cataluña”, y “Azorín” ha subido a su casa de Vallvidrera para charlar con él. Están sentados en el claro mirador de cristales. Abajo se extiende el panorama de la ciudad. “Más lejos aparecía el mar latino, sosegado y azul.”

—Pluralidad de pueblos y unidad de convivencia. Unidad externa y libertad interior. Tal es el ideal que Cataluña propone a España—le ha dicho a “Azorín” el señor Prat de la Riba.

Han pasado unos días. Pasó “la ligera fiebre que acompaña el torbellino del viaje”. Ya en Madrid, el escritor evocaría sus días en Barcelona. Será el momento de dar las gracias cordiales. A Carner, el romano; a Hurtado, el bueno; a Miró, el independiente periodista. “¿Y este Rusiñol —escribirá—; este amable Alberto, el presidente ahora de la Lliga, tan fino, tan aristocrático, un poco melancólico, en cuyo soberbio y maravilloso automóvil, fabricado en Barcelona y destinado primitivamente a Don Alfonso XIII, hemos corrido cuestas arriba y abajo?”.

Es el 21 de abril de 1906.

Artículo publicado en ABC.