De «las memorias de un hombre de acción» - Tomás Alcoverro
Escritores en la orilla

De «las memorias de un hombre de acción»

Era poco antes de que acabase la guerra civil y de que el general Cabrera traspasase la frontera y llegase a Francia. En Toulouse, en Perpiñán, en Montpellier, en Pau, conspiraban los legitimistas franceses y los carlistas exiliados. En Cataluña, el conde de España había sido asesinado, y se temía que el general de las tropas carlistas, Segarra, pactase con los cristianos. “Ahora hay nuevas tramas —le dice el astuto Avinareta a Ferrer, un dirigente de los carlistas de Berga—. Hay mucha gente que trabaja en sembrar la discordia en el campo carlista, y se teme una catástrofe parecida a la de Vergara”.

Avinareta quiere aprovechar el momento en que se intenta rehabilitar al conde de España para dividir el carlismo catalán. El agente del Gobierno manda, entonces, a Berga, ciudad amurallada y clerical, centro importante del carlismo, en donde gobierna la Junta, a Roquet, un francés arruinado.

Roquet visita dos veces la ciudad para informar a Avinareta. Roquet es portador de cartas escritas con tinta simpática que se revelan al fuego, y antes de volver de su primer viaje y dejar el caballito que compró en el corral de las Cuevas del Padre José y marcharse a su casa de Behovia, le cuenta al consiprador que había en la ciudad una gran agitación, tanto en el vecindario como en la tropa, y que se discutía mucho sobre Cabrera, el general tortosino que, según se decía, quería castigar a los de la Junta, culpables de la muerte del conde de España.

En Berga, la Maestranza estaba en el claustro del convento de San Francisco. Allí se recomponían los fusiles y en los sótanos se fundían las balas. En una casa cercana al pueblo se hacían los proyectiles de artillería. La pólvora se fabricaba en un edificio inmediato al castillo, y en una forja próxima a la puerta Pisania, los cañones.

Avinareta, a través de su ayudante, trataba de enfrentar a los carlistas de la Junta con Cabrera, y aconsejaba a aquellos que cerrasen las puertas de la ciudad a todo elemento extraño, que redoblaran la vigilancia en las murallas y que se prepararan a combatir al general.

Roquet, el personaje central de esta última parte del libro “La venta de Mirambel”, titulada “Los ex presidiarios”, vuelve, tiempo después, a Berga. Cabrera ya había traspasado el Ebro y se dirigía hacia la población. La Junta, siguiendo los consejos de Avinareta, que entre los carlistas se hacía pasar por Dominique Etchegaray, sólo admitía en la ciudad “a gente catalana, suya, incondicional”, y la estaba aprovisionando con toda clase de víveres que hacía traer de los pueblos próximos.

Cuando Cabrera llegó ante las murallas, “la expectación de los bergadanos era grande. Las puertas de la ciudad se mantenían cerradas. Mucha gente se asomaba a los balcones y a las murallas. A pesar de la expectación pública, reinaba un profundo silencio. Se había dado orden de no disparar salvas”.

Al mediodía, los vocales de la Junta, unidos al gobernador militar, comenzaron a recorrer, a caballo, las baterías, los fuertes y las puertas de las murallas. Con ellos iban varios curas y frailes, que echaban discursos frenéticos desde los balcones y las esquinas. “…Se distribuyó a la tropa una ración de aguardiente. Los soldados parecían excitados y alegres”.

Poco después se presentó a la vista del pueblo una partida de caballería de Cabrera. Los soldados iban tocados con sus boinas blancas, y uno de ellos enarbolaba “un pequeño estandarte”. “Los jinetes, con boinas y capas, iban avanzando al paso”.

Al fin, la Junta decide abrir las puertas de Berga a Cabrera. Con sus tropas entraron en la ciudad “una nube de canónigos, capellanes y frailes”. Pero a los pocos días Cabrera hizo detener a los miembros de la Junta, para vengar la muerte del conde de España.

No obstante, cuando los llevaba presos hasta la frontera francesa, los dejó escapar con el pretexto “de que no se podía aclarar bien la participación de cada uno en el crimen”.

Termina la novelita con la fuga de Roquet y sus compañeros, Mancillón y el bello Anatolio, los ex presidiarios, por el campo lleno de prófugos y “trabucaires”. Roquet volverá otra vez, después de cobrar cuatro mil francos de Avinareta, a su casa de Behovia.

Artículo publicado en ABC el 14 de octubre de 1965.