Pablo Ruiz Picasso, en Horta de San Juan - Tomás Alcoverro
Escritores en la orilla

Pablo Ruiz Picasso, en Horta de San Juan

Es comarca dura la Terra Alta, con sus sierras de Pandols y Caballs, allá por Gandesa, y su secano ocre, con viñas y olivares. Las mujeres viejas van todavía enlutadas, en estos pueblos del límite de Cataluña, como Bot, Corbera, Pinell, Batea, Horta de San Juan.

Llegué con los niños por la mañana al pueblo. Les gustó mirar la roca de San Salvador con su convento en ruinas y la ermita en lo alto con unos cipreses y la porticada plazuela irregular, con la iglesia y el ayuntamiento de antigua, de viejísima, piedra dorada. Nos metimos por la calle Baja y por otras calles, a las que asomaban, a veces, los lucientes gallos en los portales humildísimos de las casas. Había algunos niños que se dedicaban a juegos sencillos y difíciles, como escarbar un pequeño hoyo en la piera de un antepecho, en el que sólo había polvo, y embadurnar con él un trozo de muelle roto.

La gente había salido a trabajar al campo, que para nosotros era como un gran vacío de tierras y árboles. No teníamos tiempo para visitar al tío Juan Vicente ni para ir a San Salvador. Y lo que yo quería, después de corrrer por las calles del pueblo, era sentarme en un bar y encontrar alguien que me hablarada de Picasso.

En la plaza, el pequeño estanque estaba sin los peces rojos, y pasaba, silencioso, un rebaño de ovejas, y se oía, límpidamente, el tintineo de la herrería vecina, un tintineo extraordinariamente suave.

Los niños hablaban de las fiestas, en verano, con las corridas de toros, y de una excursión que una vez hicieron a la ermita.

En el bar, a la muchacha que nos servía le brillaron alegremente los ojos, cuando le pregunté por el pintor:

— Él estuvo aquí por primera vez en 1897, a los diecisiete años, en casa de un tío mío, el pintor Pallarés. Picasso vino a Horta, porque estaba “tocado del pulmón” y este aire es muy saludable. Se iban con mi tío a unas cuevas que hay a cuatro horas de camino, y se estaban allí una o dos semanas, pintando. El tío Chimo les subía, cada día, la comida.

A la muchacha le gusta hablar de Picasso, que era hombre que le agradaba el baile, el cante y tocar la guitarra, en aquella época —me dice— “en que se llevaban todavía largas capas”.

Vino después en otras dos ocasiones a Horta de San Juan, tierra de fósiles, acompañado de su modelo y pintó varios cuadros, como uno que es el huerto de Tafetans, en las Codinas. Pero no se conserva nada de él en el pueblo. Parte de los cuadros de esta época pertenecieron a la escritora Gertrude Stein.

A los niños les ha gustado la historia y aquello de las cartas de Picasso, que durante la guerra le robaron a Pallarés y que luego el pintor recuperó en París.

Por la carretera nos alejamos de Horta, que va quedando en la colina, junto a las fragosidades de Santa Bárbara. Ya en su estancia en el pueblo Pablo Ruiz Picasso pintaba cuadros de color ocre, como el de estas tierras, en los que iba acentuando los volúmenes.

Les he prometido volver y subir a las cuevas que están por el Paso de la Mosca, mientras iba pensando en la misteriosa relación entre el arte y la experiencia real y en la todavía más extraña y casual visita de Picasso a este antiguo y pequeño pueblo de la Terra Alta, ya en la raya de Aragón.

Artículo publicado en ABC el 7 de mayo de 1965.