Leyendo «Sagarra, vist pels seus íntims», de Lluís Permanyer, he sentido algo parecido a lo que sentí en Sant Martin Le Beau, un 11 de septiembre de 1978, durante la sobremesa con el presidente Josep Tarradellas; las palabras, ahora leídas, entonces dichas en el jardín de su casa, conmovían mi adormecida conciencia o, quizá mejor, mi distraído corazón, y me arraigaban en mi propia tierra. «Aquesta gràcia de la terra / no creguis que amb la mort hagi acabat», son los versos esculpidos en la lápida del poeta, entrañablemente evocado por el amigo. Para mí, exiliado voluntario, huidizo ciudadano, esta lectura y aquella conversación, entrecortada por las llamadas telefónicas procedentes de la ciudad, al otro lado de la frontera, han abierto caminos obstruidos hacia mi fundamento original. Tarradellas, citando nombres y contando detalles de una historia reciente tocó mi entorno familiar, mítico, desentrañó razones de pequeños episodios que siempre había oído contar a algunos de mis parientes, cuando era niño, pero que nadie me había aclarado. Y este libro de Lluís Permanyer tiene el mérito de encararnos con el temblor de una época próxima, preñada de ilusiones, pero también de mezquindades.
El propio libro, que no es sólo una defensa del poeta, sino una lúcida exposición de su personalidad y sus peripecias desde el año 1931 hasta su muerte treinta años después (las «Memòries de Josep Mária de Sagarra» se refieren a episodios y circunstancias anteriores a 1931) es, en sí mismo, una parcela de tierra. En sus páginas el autor crece y casi diría ve crecer a los suyos. («A Marc i Aleix —ha escrito para sus hijos en la dedicatoria— perquè puguin fer-se una idea de com era aquell home que vaig estimar molt i que em va influir tant.») Algunos importantes encuentros íntimos son aludidos en el texto porque están naturalmente engarzados en la obra. En una palabra, este libro sobre Sagarra ha sido para Permanyer un imperativo de fidelidad, y también una necesidad vital: no podía dejar de escribirlo.
Josep Maria de Sagarra, ídolo literario de la burguesía catalana, brillante «enfant terrible» de los años treinta, expió el triunfo como escritor profesional y se convirtió en cabeza de turco de todos los puritanismos políticos y literarios. Su relación abrupta con los grandes escritores del tiempo, como el poeta Carles Riba o el prosista Josep Pla, está muy bien expuesta en las páginas del libro. Permanyer ha querido hacer de esta biografía, escrita a través de los testimonios de sus íntimos, de sus propios recuerdos adolescentes (citaré, por ejemplo, el espléndido retrato que le dedica en la página 248 en la descripción del escritor en el despacho de su casa), una defensa apasionada de Josep Maria de Sagarra. En el «pròleg necessari» escribe: «He tractat que quedi ben clar que Catalunya fou ben injusta amb Sagarra, que Sagarra es un gegant de les lletres catalanes de tots els temps».
La biografía adquiere un tono polémico. A la narración de los años amables, de las picantes anécdotas del poeta, a las referencias a sus estrenos teatrales, suceden páginas en las que Permanyer se enfrenta a los acontecimientos que le zarandearon: la guerra civil, el exilio, el retorno, su actitud hacia Madrid, vale decir hacia el régimen franquista, la hostilidad de muchos intelectuales catalanes, ciertos detalles mezquinos que rodearon su entierro.
No cree el autor que el hundimiento del mundo burgués arrastrara a Sagarra, porque a pesar de «vivir vitalmente», a pesar de su «hedonismo impenitente», no se identificaba en absoluto con aquella sociedad que lo envolvía. La reivindicación de su tiempo de «resistencia» en el interior en el que todavía se consideraba como el «poeta nacional», es importante. El capítulo quinto concluye con un poema sin firma que escribió sobre la muerte de Macià, publicado en 1954 en un boletín cicloestilado del «Frente Nacional de Catalunya».
Fueron amargos sus últimos años. Sagarra estaba ilusionado con un proyecto de escribir una obra sobre Roma a la que este periódico se proponía enviarle como corresponsal. Pero un ataque cardiaco frustró este juego de esperanzas e ilusiones, «les úniques que cobejava en aquell moment d’amargor profunda vers el seu país o, més ben dit, vers una certa gent del seu país». Sagarra fue el único poeta catalán que consiguió hacer dinero con sus libros, quizá incluso más que sus propios colegas castellanos. «Un Sagarra de la mateixa qualitat literaria pero sense èxit —dice contundente Permanyer en un pasaje dramático sobre el tema de los sinsabores de escribir en catalán— no hauria estat mortificat ni empaitat.» Este es un libro magnífico y sin contemplaciones que como aquella conversación en Saint Martin Le Beau me abre, sin esconderme, la atrevida emoción de las raíces, en una tierra buena y mala que como todas las tierras es imposible dejar de asumir.
