La cultura de los cónsules - Tomàs Alcoverro
Artículos

La cultura de los cónsules

No hay país en el mundo en el que los embajadores, los cónsules, los representantes sobre todo de las grandes potencias, el mismo nuncio del Vaticano, gocen de un prestigio político y social tan popular. Antaño, el embajador de Francia, protectora secular de los cristianos maronitas, era como una suerte de virrey. Con los revolucionarios cambios internacionales, el representante de la Casa Blanca, atrincherado en su fortificada embajada de Aukar, lejos de esta capital, es siempre un personaje muy conocido entre los libaneses. En los años del terror y de la violencia callejera de Beirut, sus raudos desplazamientos, con escoltas de desafiantes guardaespaldas armados hasta los dientes, eran secuencias cinematográficas de rancias cintas de guerra y aventuras.

Pero no hay que olvidar tampoco a los embajadores de Europa occidental, incluyendo España, en este fresco de públicos personajes. Mi amigo Pedro de Arístegui, muerto en el bombardeo de la embajada española en 1988, se había convertido en un habitual invitado en los programas audiovisuales. No hay día en que alguno de los embajadores de las grandes potencias opine sobre todo lo divino y lo humano de la bizantina política libanesa ante las cámaras de sus numerosas televisiones, recomiende, advierta, incluso dicte, a los gobernantes lo que deben hacer.

Los diplomáticos gozan de un prestigio y una influencia en El Líbano
como en ningún otro país 

El sistema de comunidades confesionales en vigor ha provocado lo que el magnífico historiador y sociólogo Georges Corm ha definido como la «cultura de los cónsules», esta constante palabrería e intoxicación procedentes de los diplomáticos acreditados en Beirut. 

Lo que ahora ocurre, en medio de esta gravísima crisis que ha cobrado alarmantes repercusiones internacionales, es muy semejante a lo que acontecía en el siglo XIX, el siglo colonial, según atestiguan los archivos diplomáticos de la época. Los embajadores de los poderosos gobiernos de Occidente están siempre en el centro de las intrigas políticas locales como antaño los cónsules, protectores de las diferentes comunidades confesionales: el francés, de los maronitas; el inglés, de los drusos; el ruso, de los griegos ortodoxos. 

Los dirigentes libaneses extraen parte de su autoridad de su vínculo
con algún país extranjero

Los dirigentes de este país único en el mundo extraen parte de su autoridad de los vínculos con algún estado extranjero a través de su relación con su embajador o su jefe de misión diplomática. Así, por ejmplo, el presidente Camille Chamoun, que también provocó en 1958 una crisis –como ahora Emil Lajud– con su pretensión de ampliar su mandato, fue el hombre de confianza de los británicos. Esta manera de actuar, esta «cultura de los cónsules», es tan habitual que los libaneses no se percatan del ridículo y de la incompatibilidad entre estas declaraciones e injerencias frecuentes con la soberanía del Estado. 

Los libaneses, incluso en épocas de miedo e inseguridad, se dirigen a los corresponsales de prensa occidentales para formularles la tan traída y llevada pregunta: «¿Quépiensan ustedes de la situación?» Y es que El Líbano, desgraciadamente, por sus empecinadas luchas para imponer sus «identidades asesinas», en expresión de Amin Maalouf, es una fácil palestra para toda suerte de injerencias extranjeras, sean árabes, regionales –como la de Israel– o internacionales como las de Estados Unidos y Francia, acentuadas ahora con la adopción de la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU, que pide la retirada de las tropas sirias y el desarme de la organización político-guerrillera del Hezbollah. Este pequeño país es un estado tampón, zarandeado por todos los vientos de la historia. Es un tentador paraíso para embajadores y cónsules.

Artículo publicado en La Vanguardia el 20 de mayo de 2005.