El puente de Mostar - Tomás Alcoverro
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El puente de Mostar

El puente de Mostar sobre el río Neretva no ha tenido un narrador como Ivo An­dric, premio Nobel de Li­teratura, que contase su historia con tanta emoción como con la que escribió sobre el otro puente del río Drina. 

Viajé a Bosnia y Herzegovina, la Ce­nicienta de los Balcanes, para vivir también lo que había sido el desmoronamiento del imperio otomano en Europa como lo había sido en Oriente Medio, su derrota por los Habsburgos y sus guerras intestinas. Su grácil puente, construido por Suleiman el Magnífico, es de un solo arco, no como los ocho que configuran el del Drina, con su kapia en el centro. Un día de noviembre de 1993 tropas croatas des­truyeron su elegante fabrica de mármol blanco, tesoro que habían guardado serbios, musulmanes y croatas du­rante siglos.

Ando despacio sobre sus travesaños de mármol, su renovado adoquinado resbaladizo, sobre el que juega con los pies desnudos una hermosa niña rubia hija de una gitana mendiga. Desde el puente se arrojan al río, como atrac­ción turística, alegres muchachos. 

Como en Sarajevo y en otras ciuda­des de esta frágil república cuyo poder ejecutivo con tres presidentes (un ser­bio, un croata y otro musulmán o bosnio) ha quedado bloqueado.

Las dificultades para entrar en la UE orientan a Bosnia hacia Turquía y Arabia Saudí

Hay numerosos turistas proceden­tes de los ricos estados árabes del Gol­fo. Aunque domina Mostar una pro­minente cruz erigida sobre una alta colina, los estrictos atuendos de las mujeres musulmanas son cada vez más patentes. Las dificultades que en­cuentra Bosnia y Herzegovina para cruzar el umbral del sancta sancto­rum de la Unión Europea, como ya ha conseguido Croacia, con sus bellas ciudades adriáticas, la orienta cada vez más hacia Turquía y Arabia Saudí. 

Bosnia Herzegovina apenas cuenta con veinte kilómetros de costa mediterránea. Encajonada entre Dubrov­nik y otras bellas poblaciones portuarias italianizantes, viajar por esta mar­tirizada población multiconfesional es un interminable cruzar de fronte­ras, un entrar y salir de la república croata.

La historia de Bosnia y Herzegovina ha sido un forcejeo entre sus vecinas Serbia y Croacia para dominarla y sojuzgar Sarajevo, su tan cosmopolita capital.

De noche la iluminación del puente hace de Mostar una joya entre sus ajardinadas orillas. El otro gran puen­te, el del Drina, fue frontera entre Oriente y Occidente. Los nacionalistas serbios que asesinaron al archiduque anhelaban erigir puentes “más gran­des y sólidos no entre estados diferen­tes sino entre nuestras propias tierras de un estado libre e independiente”.

Por el dominio de los puentes, como describió Tolstoi, se han librado grandes batallas de la historia.

Artículo publicado en La Vanguardia el 2 de octubre de 2021