La ciudad de Luis Romero destacada
Escritores en la orilla

La ciudad de Luis Romero

En el prólogo del “Libro de las Tabernas de España”, obra poco conocida de Luis Romero, podemos leer: “Como un intermedio en la tensión casi dolorosa que exige al novelista actual reflejar la sociedad que le rodea, como descanso a la exactitud rigurosa que me he impuesto desde que acepté la tarea de novelista-testimonio, he escrito este libro”. El libro se publicó en 1956, es decir, mucho después que viera la luz su primera novela, “La noria”, y mucho antes de sus últimas obras “La corriente” y “El cacique”. Es, por lo tanto, significativo y revelador este reconocimiento de su actitud como novelista-testimonio en un recodo de su labor literaria. Y como novelista-testimonio, Romero va analizando la sociedad que le ha tocado vivir y que él conoce también por sus viajes a lo largo y a lo ancho de España durante casi diez años y por su experiencia profesional durante mucho tiempo en la sección de accidentes de una compañía de seguros. Caminos y pueblos aparecen mezclados con las tabernas, y chacolís, con los vinos del Condado, amontillado, Valdepeñas, Málaga, Orgaz, Navalcarnero y Lillo, con los vinos de Castilla la Vieja y León, de Cigales, La Seca o Nava del Rey, con los vinos gallegos o del Priorato, con estos vinos que se beben en todo el país por las gentes más diversas, humildes, extravagantes, viciosas, felices o torturadas. En el mencionado “Libro de las tabernas de España”, segundo por cierto que versa sobre este tema en la obra de Romero, se nos desvela el mundo que el novelista ha recorrido y vivido y que luego sustentará sus obras de creación. Porque hay que decir ya que el escritor es, sobre todo, un hombre que ha vivido y ha sorprendido la vida en los seres que ha conocido, un hombre muy vital, poco intelectualizado y con unas preocupaciones muy amplias y auténticas.

De aquí que se diga que Romero es un novelista social —“Los otros”, pongo por caso—, pero un novelista social, sobre todo, porque su novelística es la novelística de estas abigarradas y apasionantes comunidades que son las ciudades.

Luis Romero es el novelista de la ciudad como fenómeno social y humano, de la ciudad como célula viva de esta época histórica y agitada. En realidad ésta —la ciudad— es el personaje de “La noria” con sus frágiles cangilones de hombres y mujeres que aparecerán de nuevo, muchos de ellos en “La corriente”, que se hunden entre las calles y el tiempo, entre los edificios y los autobuses, y que sólo la mano del noveslista salva por unos momentos, de sus historias inacabadas, vigentes e irreversibles. Y sólo en raras ocasiones, Romero centra la acción de sus novelas en otros ambientes —“Tudá”, o “El cacique”, esta última, obra rural y terriblemente española—, ya que incluso en sus cuentos o en otros de sus libros, como “Las viejas voces”, es siempre la ciudad, sus paisajes y sus habitantes los que están detrás de las páginas escritas con un estilo un tanto desaliñado, pero vigoroso, de sus obras.

¿Pero cuál es la ciudad de Romero? En la dedicatoria de “La noria” leemos: “A mis padres, que hace cuarenta años que viven “en esta ciudad” y le han dado cuatro hombres.” Esta es su ciudad, no porque sea novelísticamente mejor o peor que otra, sino porque es aquí donde él ha nacido. Pero esta Barcelona que recoge Romero no es una ciudad típicamente caracterizada, sino lo suficientemente vivida como para significar también otras ciudades europeas, con parecidas gentes, similares barrios, e historias dramáticamente iguales. Y es la convivencia del hombre con el asfalto, con el semáforo, el plátano o la acera, los taxis, los perros y los cruces, lo que realmente le interesa a Romero y lo que quizá algún día transforme en su libro, en el que el único personaje será la comunidad ciudadana, con sus seres animados y con las cosas más prosaicas. Entre tanto, sigue su labor de novelista urbano —quizá porque en nuestra época los problemas se captan y se plantean con mucha mayor intensidad en las ciudades, exponente de esta etapa de nuestra civilización—, quizá porque también al querer abrazar esta actitud de testimonio a la que antes nos hemos referido, Luis Romero no puede abandonar su propio mundo, al margen de las corrientes novelísticas que, hoy por hoy, parece que todas ellas inciden en esta problemática que Romero no ha buscado, sino que ha encontrado espontáneamente en su camino de hombre.

Sin embargo, los rostros de las ciudades, de algunas ciudades por lo menos —de algunos tiempos de ciudades quiero decir—, están ya en sus libros como en este párrafo de “La noria”: “En este tramo de la Rambla todo es animación y bullicio. Parece que se den cita en él todos los seres desvencijados de la ciudad. Son juramentados de extravagantes vicios, de inmensas perezas, de infinitas curiosidades. Son desesperados o simples desocupados, seres solitarios que necesitan compañía para huir del fantasma de su esqueleto”.

Artículo publicado en ABC el 6 de febrero de 1964.