
En pocos días, alrededor de 30.000 cristianos de Iraq se han ido a Siria en busca de un ambiente de seguridad. Después de los atentados mortíferos de agosto contra sus iglesias, sus instituciones religiosas, en Bagdad, en Mosul –la ciudad del norte en la que arraigaron la antiguas comunidades cristianas–, ha aumentado su sensación de vulnerabilidad, ha crecido su deseo de emprender el éxodo hacia las naciones de Occidente. En Siria, que cuenta con un régimen laico que protege a las minorías confesionales, tratan de conseguir los preciados visados que les abran las puertas de Europa y de Norteamérica.
La tradición dice que fue santo Tomás, el apóstol, el que predicó la buena nueva evangélica por los pueblos de la antigua Mesopotamia. No sé de ningún país que tenga tantos bautizados que lleven su nombre. Olvidan a menudo los occidentales que estas tierras de Oriente Próximo, de Asia Menor, fueron una de las cunas más florecientes del cristianismo antes de la invasión y conquista del islam. En Mesopotania, en el siglo XIII, fueron aplastados por los mongoles de Tamerlán y sólo pudo salvarse una minoría llamada de los asirios, que como ha ocurrido en otras tierras como Líbano se refugiaron en sus abruptas montañas. A finales del siglo XVII, la Iglesia nestoriana de Babilonia se convirtió al catolicismo y sus fieles se conocen desde entonces como caldeos, mientras que a los que guardaron su doctrina nestoriana, se les sigue denominando asirios. Durante la ocupación británica, las autoridades coloniales les prometieron una suerte de hogar, de patria chica, y milicianos asirios combatieron a su lado. Pero, en la guerra de independencia iraquí, la monarquía hachemita les reprimió con su ejército, considerándolos sino aliados por lo menos colaboracionistas de los extranjeros. En los siglos XIX y XX fueron víctimas de los kurdos, en cuya región montañosa del norte sigue habiendo núcleos aislados de población cristiana. A menudo quedaron atrapados en las luchas que se desarrollaron entre 1960 y 1988 entre el ejército iraquí y los rebeldes o peshmergas a las órdenes de los jefes tribales, como el legendario Barzani, gran señor feudal de los kurdos. Alrededor de 350.000 cristianos abandonaron Iraq desde 1961, cuando empezó la rebelión kurda. Primero descendieron de las comarcas del norte hacia las ciudades en busca de protección, hacia Bagdad, y después emprendieron el exilio. A partir de 1991, tras la guerra y la imposición de las drásticas sanciones internacionales, que pretendían socavar el régimen del rais Saddam Hussein, otros 250.000 iraquíes de fe cristiana abandonaron el país. Se estima que quedan cerca de 750.000 cristianos en Iraq.
Este éxodo, que se ha intensificado, es muy grave. Los cristianos de Iraq descienden de los reinos de Asiria y Babilonia. Iraq es su tierra originaria. No son, como ocurre en otras sociedades árabes, consecuencia de las obras de misioneros jesuitas, franciscanos, protestantes. Como ha escrito el profesor Joseph Yacub, autor de Menaces sur les chrétiens d’Iraq, “son cristianos desde hace dos mil años, desde los días de la evangelización de santo Tomás. Las primeras iglesias del norte, de Mosul, datan del segundo siglo de nuestra era. Su presencia es muy anterior a la del islam. Siempre participaron en la vida política y cultural de este pueblo traduciendo la literatura griega al árabe, vertiendo las obras escritas en la lengua coránica a Occidente. Han servido de puente entre Oriente y Occidente”.
Oriente Medio va camino de ser exclusivamente musulmán
Como ha ocurrido en otros países de la región y en otras épocas históricas, los cristianos vinculados por su creencia con el Occidente cristiano, y por su comunión cultural con el Oriente musulmán, han sufrido los bandazos de la política colonial de las metrópolis europeas, a las que a veces se les sospechaba sometidos. Coptos egipcios, melquitas griegos o maronitas libaneses han padecido los vuelcos de la historia contemporánea.
La escandalosa guerra de Iraq, que ha liberado todos los demonios internos, los ha expuesto a una situación cada vez más vulnerable. Para los extremistas del islam defensores de la yihad es fácil asimilarlos o por lo menos considerarlos simpatizantes del Occiente cristiano, de la potencia estadounidense, que ha desencadenado la guerra, olvidando su patriotismo bien probado en el conflicto bélico con Irán. Ahora son sospechosos de “ser menos árabes” que los musulmanes.
En los pueblos de Oriente, en medio de su pluralismo cultural amenazado, los cristianos han sido su sal.