Félix de Azúa - Tomás Alcoverro
Escritores en la orilla

Cuando la poesía es pez y nutria

Félix de Azúa - Tomás Alcoverro

«La nutria marina (Enhydra Lutris) ha sido amenazada de exterminación total, a causa de la persecución de que era objeto por culpa de su piel suntuosa; en la hora actual parece estar rehaciéndose gracias a severas medidas de protección.» Con esta cita, y más que cita advertencia, de Maurice Burton —hay también un párrafo de Levy Strauss y unos versos de Jaufre Rudel— Félix de Azúa abre su libro exquisito publicado por «Pájaro de papel» (l). En estas páginas Azúa ha tendido, cuida-dosamente, una trampa a este precioso y raro animal que es la poesía. La poesía que, como la nutria, había sido exterminada en nuestro país en los últimos años, por considerarla un artículo de lujo, vuelve a criarse ahora, quizá donde, dice Levy Strauss, la ha reducido nuestra civilización. Entre sus guardas están Pedro Gimferrer, Guillermo Carnero o Marcos Ricardo Barnatán, los nuevos poetas que han creído, siempre, que el arte era elaboración, sensibilidad, trabajo largo y sin improvisaciones, obra, en fin, de la imaginación. 

Sopla ahora una buena racha para ellos —con los trajines periodísticos sobre la nueva generación—, pero han pasado tiempos de indiferencia y aún hoy algunos han dado en llamar a este grupo poético, con ironía, al recordar la abundancia de cortinajes, tapices o bellos objetos exhibidos en sus poemas «Escuela Veneciana».

Ahí están sus libros, sobre todo los dos de Gimferrer, «Arde el mar» o «La muerte en Beverly Hills» y ahora este de Félix de Azúa en el que ha quedado atrapada la poesía esencial en ese difícil «Cepo para nutria», tan bello como incitante.

«Herméticos, misteriosos, difíciles poemas», leemos en la contraportada. Y es que al fin y al cabo el esfuerzo para aprehender la poesía, para encontrarla, es un esfuerzo extraño, poco común, que nos lleva más allá de las cosas, salvándonos del caos en que se encuentran dispuestas, rompiendo con sus apariencias. 

Marcel Proust se quedaba largo rato contemplando el paisaje que deseaba describir. Se extasiaba, nos lo ha contado de nuevo Painter magistralmente, frente a los setos de oxiacantos, o buscaba el secreto de los campanarios, de aquel grupo de árboles que aparecían o desaparecían graciosamente de los caminos sinuosos de Cambray. Buscaba también en las fachadas de las catedrales quizá la curva de una gárgola; o escribía a alguna marquesa que había conocido en los salones de París, para que le informara con precisión, sobre un traje que llevó en una fiesta hacia diez o quince años. Conocía la enorme dificultad del arte, la más honda manifestación del hombre, y había afinado desde mucho antes sus sentidos para que ni el tiempo ni la belleza pudieran escapársele de sus manos. 

Félix de Azúa encuentra la poesía «detrás» o «más allá», «debajo», o «es- condida como un precioso encapuchado». Al fin y al cabo —el tema es muy resbaladizo— la poesía tiene siempre algo de metafísica. ¿Es aristocratizante? Aún la poesía más popular revela y descubre, taladra y bucea, individualiza a aquel que se entrega a su cultivo. Hay un problema que confieso no he sabido todavía resolver a pesar de las importantes aportaciones de la crítica histórica, o de la estética marxista. ¿Cómo se resuelve la tensión entre «hombre estético» y «hombre social»? O mejor dicho, ¿cómo se soluciona el conflicto dentro del artista contemporáneo? Ya Spranger escribió que el «homo aestheticus» está situado en las antípodas del «homo socialis». Y según Guillermo de la Torre, «el espíritu estético es radicalmente individualista». 

Félix de Azúa ha publicado un libro sobresaliente. Su lenguaje poético es riquísimo, a veces barroco. Hay magnolias y crisantemos podridos, gabinetes de mago, clepsidras y mirlos castrados, palabras en inglés, citas en provenzal, o frases latinas. Como en algunos poemas de Gimferrer —«Mazurca», «Cascabeles»— hay pasos de baile: «Donde de debajo quizá / tu amor enmascarado ha surgido / un precioso encapuchado, / es el amor que late lejos, siempre lejos, / una cantarinella /fontana nuova único / tournez vous rond / vuelta a la derecha madasmes et messieurs». O en estos otros versos del hermoso poema «Presa de la sombra». «Era un marino francés / de boina azul / bailaron en redondo sin mirarse los pies / y cuando se hundió el barco / y cuando se hundió el barco / no estaban en el puerto agitando pañuelo de batista». 

Este remolino es a la vez deseo de movimiento —quiero decir lucha contra las formas establecidas, volviendo por lo tanto a ciertos arcaísmos como reacción— y percatación lúcida del caos del mundo desordenado. Para Azúa la poesía es una forma de ordenar el caos y por lo tanto alta misión humana de síntesis comunicable y revertible sobre el propio poeta que salva, así, su vida de la dispersión. 

Por eso a veces en sus poemas como en los de Gimferrer, de «Arde el mar», hay esta voluntad creadora aplicada al «huracán de la memoria» o al abismo que separa cosas tan distintas como el amor o la muerte, el ala y el cuerpo. ¿Distintas? En «Débil cortina», o en «Colcha y fosa», por ejemplo, se presentan como los vivimos en la realidad, unidos y entremezclados. 

Félix de Azúa ha empleado para conseguir esta armónica unión de contrastes en el poema, pervivencias de un lenguaje sacro, religioso, de conceptos que nos remiten a toda una cultura católica llovida en nuestros años más inolvidables para la vida subconsciente. Así puede unir el amor con su carcaj, con la muerte que es un «cuerpo de losa y cruz», «cenotafio de mármol», signo de una lucha donde los cuerpos son tálamo y tumba». 

En otro poema, «Take mys lips», se consuma la unión —Santo Tomás, la escolástica, el alma indisolublemente unida con el cuerpo— de la carne y el espíritu. El alma es ahora una figura ágil, escurridiza, reptante y tiene el cuerpo «acodado a un peñasco». ¿Imagináis este débil muchacho «larguísima araña deshojada» reptando desnudo por las rocas hasta quedar inmóvil, hecho carne, siendo cuerpo ya en un peñasco?». 

Los últimos versos del poema: «Mañana gritarán y rezarán / flores resbalarán sobre la carne / mañana llegarán mensajeros reventando caballos», nos conducen a las palabras preferidas del poeta y con las que, a modo valleinclanesco, calificará y definirá el recuerdo y las punzadas del subconsciente, poblado de miedos de pecar —«Antes morir que pecar» titula a una desus composiciones— de «Consagraciones», «Clausuras», «Responsos» y «Candelabros». Pero estas palabras que dan tono enfático al verso no las utiliza para nombrar las cosas desacralizadas, sino que confirman, casi siempre, el mundo convencional a las que fueron unidas desde el principio de los siglos.

Y es entonces cuando sobre este trasfondo construye los restantes versos del poema, tratando de unir los elementos dispares en la síntesis profunda de cada obra, que se distancia con la luz de la conciencia, con el instante poetizado, de aquellas sombras antiguas, íntimas y eclesiales. Muchos de sus poemas han sabido, partiendo de estos contrastes profundos, crear un orden nuevo y armónico. 

Hay versos bellísimos en «Cepo para nutria», donde prueba Félix de Azúa toda su maravillosa habilidad. No me resisto a copiar uno de estos poemas titulado «Narval»: «En una esquina / y en la esquina en una jaula dentro de cuatro paredes / dentro de un tubo de cristal / con agua azul y en el agua la pompa / que se ahoga y sube dentro del agua como el agua / un pez se mece, un pez se duele y gime / un pez preso del agua y como el agua / en un tubo de cristal en una jaula / por una esquina en donde el eco ha repetido / un grito». 

Como la nutria en el cepo, ha quedado, ahora, preso este pez silencioso en el tubo de cristal. Y como ambos, la poesía aprehendida detrás de las esquinas, más allá de las dudas, en esa «lucha de los caminos / donde se baten las direcciones», sube, se mece, duele y gime en este hermoso libro que afirma, también, en su primer poema, el decisivo instante de vivir: 

Sí, pero vengan tus besos,
venga tu piel contra mi piel.
Soplad sobre los candelabros.
Vuelvan a bailar los camareros.
El arroz se ha pisado.
Están abriéndose las flores.

1. «Cepo para nutria», de Félix de Azúa. Pájaro de papel. Colección de poesía.

Artículo sobre Félix de Azúa. 24 de diciembre de 1969 – La Vanguardia