
Una mujer con la cabeza cubierta por un velo blanco barre la sala vacía. El Ministerio de Información ha sido abandonado. Las diminutas cabinas de las grandes agencias internacionales de prensa, los sobados sofás, el viejo aparato de televisión en el que se podía ver Al Yazira y la CNN, inaccesibles a los iraquíes, el tablón de anuncios con los avisos a los corresponsales extranjeros, con convocatorias de manifestaciones contra la guerra; los despachos destartalados en los que se asignaban guías e intérpretes, se negociaban visitas y sobre todo se suplicaban prolongaciones de visados y se imploraban temporales acreditaciones, han sido abandonados. La sórdida sala de prensa en la planta baja del ministerio, atestada de corresponsales, cámaras de televisión, de fotógrafos norteamericanos ganadores de premios Pulitzer, llena también de funcionarios –con o sin corbata– ya ha cerrado su puerta: la pequeña y sucia puerta a la derecha del vestíbulo del desahuciado edificio del Ministerio de Información. El último bombardeo sobre la azotea del ministerio destruyó antenas parabólicas, y su onda expansiva desmanteló la feria de las casetas de televisión de canales de todo el mundo.
El polvo cubre las marañas de cables, lonas y los pequeños estrados sobre los que los corresponsales recitaban día y noche sus crónicas de guerra. Este desahucio, que empezó días antes con la mudanza de muebles, ordenadores, expedientes y documentos del ministerio, ha apuntillado a las mafias de taxistas, guías e informadores, que se agolpaban, día tras día, en su frontero solar, todos ellos a la caza del cliente. ¡Lástima que el pequeño Hussein, el limpiabotas kurdo, se haya quedado sin zapatos extranjeros que lustrar!
Muchas veces, desde aquí salían las expediciones con potentes vehículos rumbo a Ammán por la larga carretera del desierto. En la tarde de ayer y a partir de medianoche, nuevamente la coalición anglonorteamericana bombardeó duramente las afueras de Bagdad, donde se atrincheran las divisiones de la Guardia Republicana, el cuerpo de élite del ejército iraquí. Las explosiones se oyeron durante toda la noche. El vendaval de los bombardeos de los últimos días ha arrasado con varias centrales de comunicación en diversos barrios de la capital, como en Vadal Al Salmin y en Salhiye, en las que las feroces explosiones destrozaron sus entrañas. Sus altas torres de transmisión desmochadas, con sus plantas desmoronadas, sus cajetines de teléfonos y los enmarañados cables de transmisiones en medio de los escombros son los despojos de la noche anterior.
Por encima de los muros del frontero centro «cardíaco» Sadam Hussein veo las ventanas con los cristales rotos y el patio lleno de escombros. Cada jornada de bombardeos se salda con cinco o seis grandes edificios gubernamentales o de servicios públicos destruidos, además de las viviendas en los barrios populares de Bagdad, a menudo difíciles de contabilizar.
Otro misil de la coalición cayó por la noche sobre un barrio residencial de la capital
La sala de prensa extranjera ha sido trasladada al hotel Palestine, antaño Meridien, con su restaurante llamado Orient Express. En su jardín han armado a toda prisa las antenas parabólicas de los canales de televisión, incluida la iraquí. El Palestine se ha convertido en el gran hotel de la guerra de Bagdad, como lo fuera el Commodore en Beirut. En su amplio vestíbulo vuelvo a encontrar colegas de guerras pasadas, como Samy Ketz, de la agencia France Presse, que cubrió de forma brillante la invasión israelí de El Líbano, en 1982. También veo a Gilles Delafont, del Journal di Dimache, o a mi antiguo vecino en Beirut, Roger Auque, corresponsal de La Croix, que fue secuestrado en la capital libanesa por agentes de Irán, en aquel tiempo en que las grandes naciones de Occidente se volcaban con sus armas para ayudar de Iraq. Mi otro vecino en Beirut, el norteamericano Charles Grass, del canal de televisión ABC, fue también secuestrado.
En el hotel Palestine, con su abigarrado ambiente de corresponsales, de desubicados funcionarios y de recalcitrantes escudos humanos, veo a menudo a Peter Arnett, casi calvo y con gafas de sol, fulgurante estrella de la CNN en la guerra anterior.