Manuel Vázquez Montalbán ha publicado un libro de relatos titulado «Recordando a Dardé» (1), que es, precisamente, el más extenso y el qua inicia el volumen. Se trata de una obra de original composición, en la qua a veces, incluso con una crueldad objetiva nacida de un distanciamiento impuesto por el propio escritor en su narración, describe los ambientes intelectuales más próximos por edad y preferencias ideológicas, de estos últimos años, en nuestra ciudad. «Recordando a Dardé» es un reflejo válido de la actual vida española y es, también, una incisiva exploración en el mundo de «los profesionales de la cultura». «La Universidad —escribe— acababa de parir las primeras promociones de profesionales formados en la lectura de Lefebvre, Lukacs o Ratolini. Economistas asesores de entidades bancarias, aprendices de catedráticos, redactores de diccionarios enciclopédicos, vendedores de frigoríficos industriales. La selección de las especies condicionó la aparición de algunos capataces con un pie en las lecturas de su pasado y otro en la antesala del reformismo integrador.»
El libro puede ser una sorpresa. Pero una sorpresa, valga la paradoja, porque es un producto literario hecho de nuestras ideas, de nuestras experiencias o de nuestras palabras. Nada hay, en principio, exótico en él. Todo lo que Vázquez Montalbán ha escrito es una historia verdadera de nuestra generación. ¿En dónde está la rareza de la obra? ¿En qué aspecto Vázquez Montalbán ha probado, sobre todo, su capacidad de escritor? No lo dudaría mucho: en las palabras. «Recordando a Dardé» no es una buena obra de creación que refleje, sólo, las contradicciones de un pueblo traumatizado aún por la guerra —que puede concretarse en un nombre determinado, en un paisaje quizá próximo a Olot, o a Coll d’Arés— o las vacilaciones inquietantes de un grupo más o menos amplio de universitarios que conocieron en su infancia el racionamiento, el «Guerrero del Antifaz», los maquis o las canciones de Antonio Machín. «En una obra de expresión deben darse distintos niveles», leemos. El autor ha recogido esta frase del gran escritor italiano Cesaree Pavese. Parece que la haya enterrado en su libro como las llaves en el fondo del mar, de la famosa canción. Hay, no obstante, otras ocasiones en las que, a través del deshumanizado y aséptico profesor J. W. Dardé, nos da una pista cuando nos dice remedando un lenguaje escrupulosamente lógico: «Narrar algo quiere decir, en efecto, tener que decir algo especial y particular y precisamente esto es lo impedido por el mundo administrado, por la estandarización y la siempre igualdad»… La novela tuvo su verdadero objeto en el conflicto entre las relaciones de los hombres vivos y las petrificadas relaciones. La misma alienación se convierte, así, para la novela en medio artístico. Y acaba: «Pues cuanto más extraños se han hecho los hombres, los individuos y los colectivos, los unos y los otros, tanto más enigmáticos se hacen los unos a los otros, y el intento de descifrar el enigma de la vida externa, el verdadero impulso de la novela, se trasmuta en el esfuerzo por la esencia, la cual aparece en su parte sobrecogedora y doblemente extraña en la extrañeza sólita y cubierta de convenciones».
En nuestro diario lenguaje se expresa, también, nuestra alienación. Vázquez Montalbán ha hecho esto que parece tan sencillo: recoger nuestras palabras —porque la obra literaria se hace con ellas— y una vez congeladas en el libro, tirárnoslas a la cara. Este gesto ha sido, quizá, duro para algunos: «Me entreno… Sí, sí… Lo confieso. A veces me pongo firme, muy serio y derechito, recito de corrido: infraestructura, superestructura, condiciones objetivas, condiciones subjetivas, cantidad, calidad, relaciones de producción, unidad de contrarios…»
Así, el libro posee una profunda intención desmitificadora. Si en «Recordando a Dardé» se aborda la alineación de los colectivos, descubierta gracias a una anécdota-símbolo, a la presencia de unos misteriosos «robots» en un pueblo tranquilo del pre-Pirineo, en los restantes relatos del libro —«El comentarista de política internacional enloquece», «Helena del París de Francia», «Desde un alfiler a un elefante», «1945», «¿Cuánto tiempo estuve aquí?» o «El muchacho del traje gris»— son las frustraciones individuales, las contradicciones entre el lenguaje y la realidad de unas personas concretas, las que ilumina el escritor. «Recordando a Dardé» comienza siendo un relato realista, neorealista, Vázquez Montalbán describe un pequeño pueblo del norte de Cataluña, con sus fuerzas vivas tradicionales, su colonia de veraneantes, y el sustrato de un proletariado procedente del sur del país, los «jaeneros» que trabajan en la construcción de la carretera, declarada por el gobernador civil de Gerona «una obra de nuestra inmediata dedicación». Son los años sesenta. La televisión marcaba la curva ascendente de una época; empezaba el consumismo —al que el autor dedica un gracioso poema— pero aún perduraba el recuerdo de la guerra civil. Frente a todos estos seres en los que se incluye también el joven estudiante de Ciencias Económicas que prefiere frases como ésta: «En realidad usted tipifica al clásico trabajador improductivo, producto del excedente económico de una sociedad capitalista fomentadora de necesidades artificiales», aparecen las criaturas de una civilización tecnológica – circense – capitalista. Dardé es un sabio que inquieta a todo el pueblo con sus «robots» de la casa de la Señorita. Su lenguaje es un lenguaje cerebral, de máquina computadora, antisentimental, modernísimo, lleno de «tangenciales». De pronto llegan al pueblo los americanos, como en aquella vieja cinta cinematográfica «Bienvenido mistar Marshall», pero con un despliegue más multicolor y colosal, más inverosímil y animado (algo así como el «The yellow submarine»).
La escritura adquiere ahora mayor libertad. Vázquez Montalbán pasa del «realismo comarcal» a un estilo más surrealista, más imaginativo. El relato se convierte en un «collage» de lenguajes distintos, casi, en novela de «ciencia-ficción», con sus llamadas eróticas o su técnica de «cómic», como antes había orillado el nuevo género policíaco. Las «pompom girls» o los «altos muchachos disfrazados de Superman» introducen en aquel olvidado paisaje toda la vorágine carnavalesca de la sociedad de consumo. «The great society against the poverty» cantan las muchachas de Cirus Macmanus, el nuevo gran hombre de empresa que acaba por adquirir las criaturas electrónicas del profesor Dardé… En esta contraposición de ambientes y de lenguajes, hay como un temor profundo por la agonía de un mundo, de toda una vieja educación de la sensibilidad. Ni los «jaeneros», ni los antiguos republicanos como el señor Almirall, ni el jefe del puesto de la Guardia Civil, ni mucho menos el estudiante consciente de los mecanismos del poder de las clases sociales, han podido evitar esta gran catástrofe. «Palabras, palabras, palabras…; eran pobres retóricos —dirá el narrador ya en el año dos mil, quizá después del 18 de julio de 1999, al recordar los sucesos acaecidos en torno a Dardé treinta años antes—, menopáusicos sin acción, frustrados victoriosos o vencidos sin lugar en el mundo que ya empezaban a hablar otro lenguaje…, el lenguaje de la utilidad, del éxito, del consumo…»
En estas páginas se evitan, además, los arrebatos líricos, los hilillos de ternura. Vázquez Montalbán fuerza incluso la sintaxis para endurecer la frase. Dirá, por ejemplo, intencionadamente: «Quim pensó, pues era sabida su facultad de pensar». Sin embargo su alma se va tras las criaturas sencillas, como Juan de Dios, o se turba ante la muerte o el paisaje. «El agua de la acequia era un agua, fría, hermosa, decía Juan de Dios. Cuando volvía a casa todo olía a campo en su nariz…, como ahora asomado al balcón. Se formó como cada noche el cuadro de les constelaciones y su vista se perdió por el laberinto sin clave…» Juan de Dios, el «jaenero», se asoma al balcón y se pregunta por su vida absurda, como los personajes de los restantes relatos del libro. Como esos profesionales de la cultura, reducidos a burócratas de editoriales, que recuerdan una Helena, una celda o una frase sobre la moral da la Historia.
En estos relatos nos da el tono de un determinado ambiente intelectual en que si bien se presentía e Marcuse, «se asimilaba el lenguaje de André Gorz». La experiencia del amor, y del trabajo, la monotonía y la vacilación, la huida al Nepal o la integración en el consumo, han sido agudamente descritas en estas páginas del libro. Vázquez Montalbán gusta insertar en su discurso, a veces barroco y brillante, las palabras más rabiosamente nuevas, más detonantes, con lo que consigue un estilo muy nuevo y personal que no siempre, sin embargo, llega a este difícil propósito de síntesis. En algún relato, como en «1945», la evocación de los años de infancia —de esta infancia, repito, de una determinada generación—, nos recuerda algunos poemas de Joaquín Marco, tanto por el tema —un barrio de la vieja Barcelona, una esquina gastada en la que se vendía pan de estraperlo o en la que cantaban los gitanos— como por el estilo de un realismo tierno y poético. Estas narraciones, basadas en la aventura personal de sus protagonistas, completan, pues, la investigación sobre la realidad más actual de nuestro país, realizada con visión futurista en «Recordando a Dardé». De aquí su sorprendente impacto sobre nuestras sensibilidades. Porque en el fondo «Recordando a Dardé y otros relatos» es casi una crónica periodística, es decir, inmediata, de estos años. Quizá aún no seamos conscientes de su color y de su tono. Vázquez Montalbán, sin embargo, nos ha ayudado a realizar este descubrimiento cotidiano de un lenguaje con obsesión totalizadora, como la misma vida juvenil. Su libro es un testimonio. Él teme incluso que sea una elegía a toda una forma de entender la vida, un epitafio cruel a la agonía de un lenguaje. «En cambio recordando a Dardé algo me intranquiliza… Son los recuerdos, lo que aquella gente hablaba, sentía, recordaba, defendía desesperadamente como su vida». Porque esta gente, lector, somos todos nosotros, todos los que vivimos ahora, en mil novecientos setenta, en España.
(1) «Recordando a Dardé» y otros relatos, de Manuel Vázquez Montalbán. Ed. Seix y Barral. Barcelona.