José Antonio González Casanova, en su libro (1), no sólo ha dado un enfoque nuevo y sugestivo al Derecho Político, sino que además ha escrito su propia autobiografía intelectual. Ciertamente es un libro de «síntesis», una «cosmogonía», casi «un libro de horas» de una apasionada aventura interior, decantada hacia las ideas pero también —lo entreveo sobre todo a lo largo de las primeras páginas o en ciertas divagaciones lingüísticas—, hacia el mismo arte de escribir.
Nuestro autor ha construido una atractiva interpretación de la comunidad política, partiendo de la comunicación humana, concretamente de la información. La información remite al final al lenguaje, por lo que no es de extrañar que en este tratado científico-humanístico, a veces poema latente, siempre esfuerzo de ordenación, se cite al comienzo y al final —dato significativo— las aportaciones metodológicas de los estructuralistas, de un Levi Strauss o de un Piaget, por ejemplo.
González Casanova ha escrito, ante todo, un libro rigurosamente moderno. ¿Es posible que las ciencias sociales desconozcan, hoy, los descubrimientos realizados por la cibernética y la lingüística? Me gustaría ocuparme, en otra ocasión, y ya que estamos en este tema, del interesante libro que ha publicado Capella, sobre el lenguaje del derecho. ¿Es posible que el Derecho olvide teorías tan importantes como las de Heisemberg sobre la discontinuidad o, incluso, sobre todo, esta lúcida interpretación de Umberto Eco acerca de la «opera aperta»?
El joven profesor universitario ha concebido su disciplina y ha compuesto este libro —antigua memoria para las oposiciones a cátedra— dentro de este ambiente de las ideas. Y así nos dice en el mismo prólogo, hablando de su obra. «No es un orden cerrado, completo y optimista, sino un orden abierto a cualquier desorden que confirme y prolongue su condición de apertura a síntesis nuevas». Desde esta inicial actitud, escribirá estas doscientas sesenta y seis páginas, a veces quizás excesivamente abstrusas de su aproximación siempre en tensión, en vilo, como se pueden vivir las páginas de una obra de creación para conseguir la total unidad, su perfecta síntesis. Hay, como decía, en este libro, un algo —que es ahora a mí lo que más me interesa— que está por encima de un puro tratado científico. Y es que González Casanova, deglutiendo todo el sabor de la filosofía política, de la teoría del Estado, de la historia de las instituciones, de la sociología, ha tratado de elaborar una verdadera obra nueva, una obra de creación, que no es tan sólo una «tesis», un modo particular de ver una materia, sino que, como se trata además del derecho político, es una concepción totalizadora de la vida del hombre en la sociedad.
De aquí, por ejemplo, que a veces nos encontremos con frases como esta: «Si el fin de la comunicación fuera, sólo, comprender al otro, esto no podría hacerse sin renuncia a ser uno mismo: el encuentro no sería fecundo, comunicativo, por no realizarse entre personas “ellas mismas”, sino enajenadas. La dialéctica de la relación amorosa, o de la educación, se funda en una cierta actitud de incomprensión deliberada. Nadie puede aportar nada si no es, ante todo, él mismo».
Con esta exigencia de autenticidad va a juzgar las comunidades políticas, objeto del Derecho Político. Y escogerá el camino de la comunicación precisamente porque, a través de la comunicación interhumana, se obtendrá, primero, una visión renovada, dinámica, de la sociedad y, después, según el grado de este proceso comunicativo, la auténtica participación de los miembros en la comunidad política. Con este método conseguirá presentarnos un objeto lo más aproximado posible a la realidad fenoménica con lo que aportará, además, un nuevo esfuerzo para esclarecer y enriquecer la ciencia política, en su parte temática y metodológica.
Para González Casanova, la comunidad política es la más alta comunidad humana, «nacida de la mayor comunicación verdadera entre personas responsables y libres». Y es gracias a esta comunicación «como se puede llegar a la intimidad profunda en un régimen político». Sin una comunicación auténtica no existe una verdadera comunidad. De aquí que no toda comunidad política sea una verdadera comunidad. Será precisamente el Derecho Político el instrumento adecuado para desenmascarar y desmitificar las seudecomunidades, como dice en el último párrafo de «Comunicación humana y comunidad política»: «La indagación más seria y noble que podemos hacer a través de la ciencia y de los métodos del Derecho Político versa sobre el grado de comunidad efectiva y verdadera que hay en un grupo humano. En ese sentido nuestra ciencia es profundamente desmitificadora. Su misión más preciosa es denunciar las falsas comunidades donde impera la más terrible de las tiranías, la mentira disfrazada de verdad, la coacción disfrazada de consentimiento».
Ya Sartre había dicho que «el fundamento de toda comunidad es la comunicación ambigua de la praxis conflictiva». González Casanova, por su parte, entiende que la comunicación es una relación de la conciencia con el mundo, del hombre con las cosas, una coacción del hombre sobre éstas.
En su libro, inspirado de algún modo en el pensamiento de Aranguren, expuesto en «Ética y política», en este pensamiento que hace del vivir en tensión centro de toda la convivencia políticamente democrática, se contempla también la dificultad de la comunicación; se dice que la comunicabilidad de las experiencias es garantía de su verdad, y se asume la dialéctica entre las partes incomunicables con aquellas que han podido ser comunicadas entre las personas inmersas en la vida social.
Digo esto para que no se crea que el autor se entrega a un fácil optimismo. Sabe qué pertenecemos «a una sociedad plural, múltiple, a veces laberínticamente compleja». Esta es la gran dificultad metodológica del Derecho Político que, para aprendeher este difícil objeto tan entrelazado con el propio sujeto investigador, debe aceptar distintos métodos procedentes de otras ciencias y combinarlos, a fin de conseguir un afinado instrumento de trabajo válido y eficaz. E incluso se da cuenta de que su propia opción metodológica, la comunicación, puede estar llena de falsedades y de errores.
Piensa, sin embargo, que el desarrollo de los medios de comunicación implica una mayor expansión de los intereses, la formación de opiniones colectivas, el intercambio de ideas y el natural conflicto de valores. De aquí que todo esto suponga un grado de participación social, de organización de servicios y de integración política propios del desarrollo político. González Casanova concluye, al respecto, «que la cantidad real de comunicación producida en un contexto social, es inseparable e interdependiente de la estructura política de dicho contexto».
Avanza el libro, estudiando ahora en qué consiste el hecho político, en la influencia de los medios de comunicación social, o los sujetos de la vida política que, además de la opinión pública, son los partidos políticos, o los grupos de presión que él llama «grupos de intereses con influencia política».
Son interesantes, sobre todo, los capítulos que abordan los problemas actuales de la metodología de las ciencias sociales, y fijan el actual nivel de teorización del Derecho Político. González Casanova aboga por un concepto fundamentalmente juridicopolítico de la disciplina, no únicamente normativista, ya que tiene, también, presente la axiología o teoría de los valores.
Todo en su obra pretende ser un proceso hacia adelante; todo busca no perder el movimiento de las cosas. Hay que evitar la implantación de un orden científico dogmático. Hay que abrir los pensamientos al tiempo. ¿No dijo Machado, hablando de poesía, que «la poesía era la palabra esencial en el tiempo?» José Antonio González Casanova así lo cree también de la ciencia política. Repite constantemente las palabras: dialéctica, proceso, tensión. El derecho es, por ejemplo, diálogo y ordenación del diálogo. Concibe la comunidad política como un hacerse, como algo que sólo a efectos analíticos, podemos considerar como estático…
Original libro, este en que transparece la vocación ensayística y humanística del autor. ¿Exclusivamente literario, quizás? No sé. Yo diría más bien escrito de una manera comprometida con toda la personalidad del que lo escribe casi de manera existencial. Al fin podemos preguntarnos, ¿y para qué sirve el Derecho Político? ¿Sólo para hacer una tipología de los regímenes políticos? Y es aquí donde encontramos, otra vez, la palabra valorativa del autor. «Nuestra preocupación, tal vez excesivamente realista, se ha centrado en las posibilidades concretas que los elementos más activos de la comunidad (los gobernantes) despliegan a la hora de hacer posible el desarrollo personal de todos los ciudadanos; sobre el resultado efectivo de esas posibilidades hay que juzgar a un régimen y a una clase política; sobre los hechos y las realidades de ampliación del radio de oportunidades, hay que hacer responsable a un equipo de gobierno».
Ensamblar todos estos materiales en un orden coherente y abierto no es cosa fácil. Ahora diré que González Casanova lo ha tratado de conseguir a la vez que ha brindado, con atrevimiento, su concepción personal del mundo político, del terrible problema de la vida en común, y de las relaciones entre gobernantes y gobernados. Su libro puede, sin duda, abrir caminos por los que, quizá, él mismo avance a lo largo del tiempo.