Bagdad, ciudad de las paradojas - Tomás Alcoverro
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La ciudad de las paradojas

Desayunan muy temprano en el restaurante de la planta baja del hotel Mansur, que los bagdadíes recuerdan, a menudo, por su antiguo nombre: hotel Meliá. Van con los pantalones caquis bien planchados, con las camisas limpias, con los chalecos antibalas impecables. Antes de sentarse dejan con cuidado encima de las sillas unas largas fundas en las que llevan sus armas. Luego salen a las calles como si fuesen empleados cualesquiera camino de sus oficinas. Son estos agentes de las compañías privadas de seguridad que forman uno de los contingentes de mercenarios más numerosos de los ejércitos extranjeros en Iraq, y que han acudido desde Estados Unidos, Sudáfrica o El Líbano en busca de ese Eldorado del capitalismo salvaje en que se ha convertido Bagdad. 

Hasta que les vi desayunando había creído que el hotel con el embajador chino, que vive con sus funcionarios en el tercer piso cerrado a cal y canto, y que cuando desciende al vestíbulo va rodeado de ágiles guardaespaldas, cubiertos con casco y que apuntan con sus fusiles a todas partes, y con la oficina de la agencia francesa AFP que ha alquilado la suite con ventanales corridos sobre el río Tigris, y la quinta planta para sus corrresponsales, era un lugar menos vulnerable que los otros grandes hoteles de la capital bombardeados frecuentemente por albergar a muchos clientes estadounidenses. 

La venta de los servicios de protección sigue siendo el gran negocio de Iraq. En el aeropuerto internacional de Bagdad, con sus salas de espera bien acondicionadas pero con sus pistas vacías, en las que sólo aterrizan pequeños aparatos de las líneas aéreas jordanas con arriesgados pilotos y tripulantes sudafricanos, expertos en vuelos peligrosos, y alguna que otra compañía chárter de aviación, los gurkas nepalíes están encargados de su seguridad. Estos hombres que continúan una arraigada tradición militar, vuelcan todos sus sentidos en su misión. A su lado, los policías locales parecen desprovistos de aire marcial. Los iraquíes cobran un salario de unos doscientos dólares mensuales, cuando los agentes y mercenarios extranjeros pueden percibir hasta diez mil dólares. 

Las atrocidades de cada día, la acción de la guerrilla, los bombardeos y redadas de las tropas estadounidenses, el ambiente de anarquía, el miedo a los secuestros, ocultan otro aspecto poco difundido de la vida en Bagdad. Después de la ocupación estadounidense, los sueldos de los funcionarios y empleados, de aquellos que no fueron licenciados de un plumazo por Paul Bremer, han aumentado varias veces pasando de 12.000 dinares a 600.000, es decir, de 20 a 500 dólares mensuales. “Durante el régimen derrocado —comentaba un profesor universitario— necesitábamos veinte años para comprar un automóvil, que ahora pagamos con tres meses de trabajo”. Pero pese a esta mejoría para algún sector de la sociedad, la pauperización y la falta de trabajo han aumentado aceleradamente y, a la hora de la verdad, la escalofriante ausencia de seguridad ha reducido este relativo alivio económico. 

Por casualidad visité la Universidad de Bagdad, donde estudian cerca de cincuenta mil alumnos, la última hora del último día del curso, cuando estaban dando las notas. En los sucios pasillos de sus pabellones, estudiantes de ambos sexos se agolpaban esperando los resultados académicos. Las aspas de los ventiladores colgados del techo de la cafetería estaban inmóviles por falta de corriente. Ahmad, Hussein, Abbas se habían graduado en lenguas semíticas y bebían latas de zumos sentados alrededor de la mesa. No expresaban ninguna satisfacción por el título conseguido. 

“No tenemos oportunidad de trabajar si no queremos enrolarnos en el ejército, la policía o los otros cuerpos de las fuerzas de seguridad interior. La única ventaja —dicen— es que ahora no estamos forzados a cumplir el servicio militar. Nos gustaría salir del país, ir a Siria o a Jordania para buscar un visado europeo. Muy poca gente apoya a Estados Unidos. Si se celebran elecciones en enero, trataremos de votar a un candidato decente; los que han colaborado con los norteamericanos serán derrotados”. 

“Alumnos recién licenciados no tienen esperanzas de trabajar si no es en las fuerzas de seguridad”

En Bagdad el calor es abrasador, con 45 o 46 grados a la sombra. Con las interrupciones diarias de electricidad no funciona el aire acondicionado. Pero en el vecino barrio de Waziria hay una pequeña galería de arte con un jardín umbroso en el que se erigen esculturas, donde estudiantes, pintores y artistas leen, platican y sorben tacitas de café turco. La galería, en la que se exponen algunas obras inspiradas en los estragos de la ocupación, se llama Al Hiuar, que en árabe quiere decir «el diálogo». Saadi Al Tai, conocido paisajista, lamenta la apatía reinante, el exiguo mercado local del arte, la amenaza de la inseguridad, pero afirma, orgulloso y convencido, que el artista de Iraq nunca ha dejado de crear.

Bagdad, ciudad de las paradojas - Tomás Alcoverro
Artículo publicado en La Vanguardia el 9 de julio de 2004.