Todo el petróleo árabe para los árabes - Tomás Alcoverro
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Todo el petróleo árabe para los árabes

Esta mañana, en que el termómetro marcaba los 41 grados de temperatura en Bagdad, ha habido manifestaciones callejeras y discursos de los jefes baasistas, comunistas y del partido democrático kurdo, todos ellos componentes del Frente Nacional Iraquí. Ayer por la noche, poco después de que el presidente de la República, Amed Hassan Al Bakr, pronunciara su discurso en el que anunció la nacionalización de la antigua compañía que desde hace 50 años extrae y vende el petróleo del país, la Irak Petroleum Company, mucha gente, en su mayoría hombres jóvenes —apenas si había a aquella hora alguna mujer cubierta con su largo manto negro tradicional—, comenzó a desfilar a pie, en camiones o automóviles. Al son de las palmadas repetían las variaciones de un mismo tema, el de “todo el petróleo árabe para los árabes”. Entre ellos algunos blandían la bandera nacional de tres franjas con tres estrellas verdes en la del medio. Otros bailaban en la mitad de la calzada mientras unos músicos hacían sonar la trompeta o tocaban el tambor. 

El día, el día «inmortal», este 1 de junio en que el gobierno y el Baas del Iraq han decidido nacionalizar todas las instalaciones de la poderosa IPC, valoradas en cien mil millones de dólares, evocaba para muchos otras jornadas gloriosas, otras fechas históricas de la lucha de los árabes contra los estados «imperialistas», como por ejemplo aquella nacionalización de la compañía del canal de Suez que de pronto convirtió a Nasser en un héroe del Tercer Mundo. 

Durante los últimos días se vivió en Bagdad con preocupación e intensidad la expiración del ultimátum a la IPC. Los periódicos locales, todos ellos controlados por el gobierno, no dejaban de publicar editoriales amenazadores en donde se aseguraba que no pasaría el 1 de junio sin que se adoptase una decisión definitiva que pondría fin a la «arrogancia de los monopolios occidentales»; o comunicados entusiastas de técnicos y obreros que apoyaban a sus dirigentes «en esta hora de lucha». 

Se prorrogó el plazo hasta las 11 de la mañana del jueves. A partir de entonces, y sobre todo a la salida del trabajo de los obreros que se encontraban en una orilla del Tigris, llevando retratos de Al Bakr y banderas nacionales, aumentó la expectación. Al atardecer, cuando las calles y las plazas —la del Tahrir especialmente, donde hace unos años se colgaron a los espías israelíes— estaban más animadas, los altavoces empezaron a difundir marchas militares. Cada media hora un locutor anunciaba por la televisión el inminente discurso del presidente. Coros populares o conjuntos vocales del ejército interpretaban constantemente himnos marciales. 

La escenografía se había preparado cuidadosamente. Sin embargo, existía aún la duda de que el Gobierno tomase una decisión de consecuencias económicas inmediatas tan graves para el país. Ayer por la mañana todavía me exponía un diplomático su opinión escéptica de que la IPC fuera nacionalizada. Y anteayer me habían asegurado personas que trataron a altos empleados de la compañía que éstos se mostraban muy tranquilos. 

El discurso de Al Bakr duró veinte minutos. El presidente apareció ante las cámaras muy nervioso. El Baas, que se arroga haber solucionado el problema de la minoría kurda, se enorgullece ahora de haber conseguido acabar con el dominio de la Iraq Company —«un Estado dentro del Estado», como dijo el presidente—, que fue la primera compañía que explotó el petróleo en los países árabes. 

Hoy, pasada ya la euforia popular de ayer, los diplomáticos, en general los que conocen los laberintos de la política iraquí, se muestran cautos y muy prudentes. Si es cierto que las negociaciones oficiales entre los representantes del gobierno y de la compañía, habidas en el edificio del Parlamento, en la orilla del Tigris, que de noche está hermosamente iluminada, han concluido, se cree que pueden continuar los contactos secretos. 

La ley de la nacionalización es sólo una ley de bases que deberá ser completada y desarrollada posteriormente. Existe además la duda de si las otras dos compañías subsidiarias de la IPC, la Basra Oil Company y la British Oil Company —que cuentan con otra buena parte de los yacimientos explotados— caen dentro del ámbito de la aplicación del texto legal promulgado ayer. Por lo que se refiere a otra de las empresas participantes de la IPC, la Compagnie Française des Petreles, con un 25% en estas instalaciones, el gobierno ha dejado bien sentado que va a negociar directamente con ellas, con lo que se considera que queda al margen de las medidas de nacionalización. Incluso podría confiarle la explotación de los pozos de Kirkuk, en la región kurda. El problema es saber, por lo tanto, hasta dónde va a llegar la nacionalización, en qué tiempo y con qué dinero podrá Iraq cumplirla totalmente. 

Los baasistas, los de la revolución del 17 de julio de 1968, han conseguido un gran éxito en todos los países árabes. Desde Argelia hasta el emirato de Kuwait se han adherido a su postura en contra de las compañías explotadoras. Siria ha nacionalizado, por su parte, el oleoducto que atraviesa su territorio y desemboca en Banías, donde hay una refinería. El régimen ha ganado prestigio entre la población. 

La nacionalización de la IPC, de cuyos ingresos del petróleo se nutría la mitad del presupuesto del Estado, sólo acaba de empezar. Las consecuencias pueden ser graves para la economía de la nación. Tendrán que pagarse enormes compensaciones a la compañía expropiada y habrá que buscar, posiblemente, nuevos mercados para el consumo. ¿Bastará la ayuda de la URSS y la de los restantes Estados socialistas amigos? Oportunamente, el ministro iraquí de Asuntos Exteriores ha salido hacia Moscú. 

En Bagdad, en este viernes de fiesta patriótica, calurosa y estival, la gente sabe que toda esta empresa sólo puede hacerse con nuevas y más duras restricciones; restricciones que muchas veces indican prestaciones voluntarias de trabajo. Al Bakr, al dirigirse ayer a la población —«masas de nuestro gran pueblo, masas de nuestra nación árabe»— la llamaba también, y aquí con absoluta falta de retórica, «duro pueblo iraquí». Es este pueblo, al fin y al cabo, el que hará posible la flamante nacionalización.

Todo el petróleo árabe para los árabes (3-6-1972)
Artículo publicado en La Vanguardia el 3 de junio de 1972.