Hay en Guillermo Díaz Plaja una confesada vocación de periodista literario, de cronista menor, que lee con deleite las noticias que los historiadores de la ciudad transmiten, bien anecdótica, bien trascendentales. «Me pierdo, escribe, muchas veces en los laberintos que aglomeran mansiones antiguas desde el barrio de Ribera hasta Atarazanas. Gozo, sí, infantilmente cuando me dan la noticia de que una soberbia testa de mármol romano o una sencilla ánfora artesana han aflorado en las excavaciones de la muralla.”
El escritor cumple periódicamente con la tarea de escribir artículos y ensayos —y no sólo críticas de libros— en los diarios y en las revistas. De vez en cuando recopila algunos de estos trabajos y compone un libro.
Durante años, olvidada ya la labor de los noventayochistas, los escritores se han apartado, excesivamente, de las hojas volanderas o quizá han sido las nuevas técnicas informativas las que han rechazado, cada vez más, la gracia y el estilo literario de sus páginas. Pero, desde hace un tiempo, se deja entrever en los diarios un nuevo cuidado por el artículo bien hecho de calidad literaria, que ha empezado, sobre todo, a surgir en las más recientes generaciones de escritores y periodistas. No hay que olvidar que una gran parte de la obra de los noventayochistas, y no sólo la de Azorín, ha sido recogida de sus trabajos publicados en la Prensa. Su profundidad y su estilo tienen el mismo valor que el de otras páginas de sus libros.
Pues bien, Díaz Plaja viene ya tratando de cumplir con esta vocación y esta exigencia desde hace ya mucho. Sus crónicas periodísticas recogen, no sólo la palpitación de la actualidad cultural, sino sus impresiones viajeras, sus apuntes literarios o, a veces, sus propias experiencias personales. Aquí están, por ejemplo, en este reciente libro titulado «Figuras y paisajes”, estas agendas perdidas o estas suaves divagaciones sobre el estío, o sobre aquellos días que el escritor recuerda con ternura, de sus Semanas Santas de niño, con aquel nudillo tan característico de arena pisada.
En los artículos Díaz Plaja dibuja su biografía y su inquietud intelectual. Son una fiel noticia de su amor por los viajes. Constantemente los recuerdos de una tarde en Londres, o de una escala en un aeropuerto tropical, allá en las Azores, o de una ciudad remota como Cuzco salpican la crónica. A veces las descripciones son más morosas, como, por ejemplo, aquella del zoco de Marraquech, que consideró verdaderamente antológica: «Todo a golpes de tambor. El tambor suena a tambor porque la palabra tiene resonancia onomatopéyica como la tiene su versión inglesa «drum». A tambor latiente y batido, a parche resonante y herido, suena la jornada sobre la plaza redonda y destartalada de Djemma el Fna.» Esta vertiente viajera es una de las constantes de su obra literaria, y ya en uno de sus primeros libros Díaz Plaja recogía estampas del Oriente Medio y del Norte de África.
Sus artículos se acercan, a veces, a los deliciosos poemas en prosa —que por cierto estudió con interés nuestro autor en otro de sus libros— y señalan un momento brillante de la renovación del estilo de la crónica literaria. Me gustaría tratar algún día de este importante género periodístico en los años posteriores a la guerra civil.
Díaz Plaja los deja caer de las manos, por lo que, a veces, son trasunto de una preocupación —el gracioso diálogo del «Jurado y la criada»—, de un propósito de trabajo. Ya estamos otra vez en nuestra mesa. Frente a nosotros una cuartilla. Prosigamos, o como decía antes, de los temas y las inquietudes más profundas de su obra. El escritor se ha esforzado en pontificar—tender puentes, como él dice—entre la literatura y la cultura de Cataluña y las de Castilla. Heredero de toda una tradición de aproximación y de síntesis, atento seguidor de los grandes maestros españoles del pensamiento y de la lengua, sus libros y sus artículos son siempre un intento de clarificación y de diálogo. Habría que ahondar en este propósito de Díaz-Plaja. Su labor en este campo me parece de enorme importancia.
Así, por ejemplo, de pronto sabe trazar un sutil paralelismo entre López Picó y Juan Ramón Jiménez, sobre todo en la entrega total de estos dos creadores a su obra. O nos recuerda las querencias de García Lorca por esta tierra levantina, o nos habla del cultivo apasionado del castellano por un escritor vascuence, Basterra, que como él mismo decía «apacentaba los vocablos» en el diccionario.
«Figuras y paisajes» tiene el gran mérito de ofrecernos, en síntesis, sus temas y sus inclinaciones. Díaz Plaja, arraigado en Cataluña, ha sabido abrirse —siguiendo en esto también una profunda llamada de su carácter y de su medio cultural— a las grandes obras clásicas y modernas escritas en España o en otros países. Ha sabido asumir una fructífera tensión interior y se ha volcado por estos paisajes que han atraído su inquieta sensibilidad de poeta y de cronista de las cosas pequeñas. Libro de horas, también, de un hombre que ha conocido —como escribe en la dedicatoria a su hijo— la «honrosa pesadumbre de una vocación de escritor».