
«Con mazas, cadenas, con martillos, machacaban su cabeza derribada. Una vieja mujer, cubierta de chador, manto negro de las chiis, escupió varias veces en la cara de la estatua de Sadam. Niños levantaban polvo al sacudirle con sus chanclas de plástico. Los hombres se habían ensañado con la gran estatua de bronce como si fuese un cuerpo humano y no cejaron en su empeño hasta descuartizarla. Gritando «muerte Sadam», «con nuestra sangre, nuestro espíritu te defenderemos Irak» y con invocaciones religiosas a sus imanes Ali y Hussein se regocijaban de su derrota.»
Fue el primer párrafo de mi crónica del 10 de abril del 2003 cuando los chiis, aplaudían, se alegraban al contemplar como los marines norteamericanos, decapitaban al rais de la minoría suni que con el partido Baas, desde décadas en el poder, les había oprimido. Los soldados estadounidenses que habían ocupado Bagdad encontraron en sus arrabales, habitantes chiis que les arrojaban flores, les ofrecían comida y agua, como si fuesen sus liberadores. Bruscamente cambio la historia del Irak, los chiiis emergieron como sus nuevos dirigentes, los EEUU configuraron un nuevo país en que la vecina república islámica del Irán con la que Sadam Hussein combatió entre 1980 y 1988 en la guerra más cruel del Oriente Medio, extendió su poder y su influencia. Comenzó un tiempo de pragmáticas relaciones entre los gobiernos de Bagdad y de Teherán. Irán y EEUU consiguieron establecer un modus vivendi en la nueva república, dotada de un sistema federal de inspiración norteamericana. Pero el desmantelamiento completo del estado anterior precipitó al Irak a un caos interminable donde sunis, chiis, kurdos, se desgarraron sin piedad. Muchos de los nuevos dirigentes quedaron infeudados a la república de los ayatollahs. El eje de Teherán, Bagdad, Damasco, el Beirut del Hezbollah fue denominado «Media luna chií», enfrentado a los países árabes especialmente los estados coronados del Golfo, protegidos y consentidos por los Estados Unidos y Occidente. El desgarrado y débil Irak se ha convertido en su primer campo de batalla. El asesinato de Solemani, que entre otras muchas victorias se le atribuye el haber derrotado a los bárbaros del Daech en Siria e Irak, «padre espiritual» del jeque Nasrallah del Hezbolla, ha enterrado su frágil compromiso.
Entre las incalculables especulaciones –siempre he dicho que Oriente Medio es muy propicio a esta suerte del fácil ejercicio de opinión– en torno a esta «lógica de la guerra», iniciada por el imprevisible presidente Trump ante sus elecciones del próximo año, hay varias tendencias que hacen hincapié en que se quiere evitar un conflicto armado directo, que es necesario actuar con prudencia en medio de la cada vez más complicada geopolítica del Oriente Medio, y que Irán nunca ha ganado una guerra, ni es un estado suicida. Bajo su autoridad cuenta también en Siria, Líbano, Yemen con grupos milicianos chiis muy obedientes. No hay que descartar tampoco como ya ha ocurrido hace algunos años en Siria, que para evitar el fatal enfrentamiento de inciertas y peligrosas consecuencias, se detenga en el último momento.
Desde hace cuarenta años los dirigentes estadounidenses tienen la obsesión del Irán que consideran una amenaza vital a su seguridad. La revolución islámica de 1979 –una revolución de marcado carácter nacionalista- sepultó al anterior régimen del Cha, entonces llamado el «Centinela de Oriente» como a Franco se consideraba el «centinela de Occidente». La ocupación en aquel año de la embajada estadounidense con cincuenta y dos diplomáticos, fue un desafío nunca olvidado. Téngase presente, sin embargo, que fueron los EEUU los que derrocaron al primer ministro Musadeq en 1953 por haber nacionalizado la «Iranian petroleum company». La antipatía al Irán al que acusan de cometer acciones terroristas, sabotajes, o sus tentativas de hegemonía en Oriente Medio, es la base de su política invariable. Pero los dirigentes iraníes, como el poderoso jefe militar asesinado, han sido los que más combatieron contra lo extremistas sunis del Daech, que destrozaron pueblos enteros del Oriente y que amenazaban a Europa. Irán cuenta, eso sí, con su anhelado programa nuclear que siempre ha sido objeto de las aprehensiones norteamericanas porque podría servir para imponer su hegemonía en Oriente Medio.
No es el principio de una tercera guerra mundial, pero sí de una pesadilla terrible capaz de provocar imprevisibles consecuencias en la población civil. El genial Tolstoi en «La guerra y la paz» describe y advierte sobre la incertidumbre de los elementos humanos que intervienen en la Historia.
Artículo publicado en el Diario de Beirut de La Vanguardia.