José Cruset - escritores en la orilla - Tomás Alcoverro
Escritores en la orilla

José Cruset y la aventura de las palabras

Desde la primera obra poética de José Cruset —Las nubes entreabiertas, publicada en 1944 en ‘Entregas de Poesía’—, la palabra aparece como la aventura humana más clara y misteriosa al mismo tiempo. La palabra nombra las cosas —¡las barcas del verano!, que dirá el poeta—, define el mundo, acerca a la amada… La palabra irá transformando esencialmente la vida —¡ah!, que la Vie est quotidienne—, dará sentido al tiempo, a la muerte, al mismo existir. La palabra será, pues, la aventura de la trascendencia del hombre, surgida a veces de la emoción más antigua:

Y no canté por miedo, por dolor de no abarcarte toda, del madurado dolor, de la duda y el miedo.

En este primer poema, José Cruset —años de colegial frente al mar azul de Villanueva y Geltrú— canta emocionadamente la muerte de su madre, que va a ser, a lo largo de su obra, uno de los temas más constantes y nunca olvidados.

Siento no haberte mirado más, por recordarte ahora.

Las nubes entreabiertas aparecen en un momento en que la poesía española comienza a ser invadida por los poetas garcilacistas, y surgen también los primeros intentos de la poesía social. El poema de Cruset, como toda su poesía, es un poema aplazado durante muchos años —lo publica a los treinta y dos—, escrito con un intimismo a flor de piel, sencillo y claro, y después de haber dejado fermentar muchos inviernos las buscadas palabras.

Dejé que guarde tu canción y en esperarla inútilmente empleé todas mis horas.

En Las nubes entreabiertas, como después en sus otros libros, Novia de marzo, Segundo amor perdido y Sombra elegida, la infancia, el amor, el canto a la ausencia, el humano pensamiento de la muerte, la gozosa y alegre exaltación de los sentidos, la distancia y el difícil diálogo con Dios van a ser los temas de muchas de sus composiciones.

El segundo poema de Segundo amor perdido está dedicado a la memoria de su madre —“que murió en mi latín segundo”—. La dedicatoria reza así, sencillamente: “En la memoria de mi madre, razón de poesía”.

No recordamos una elegía más prodigiosa, más turbadora que la que Cruset escribió al comienzo de su vida poética a su madre en  Las nubes entreabiertas. Pero este recuerdo se transforma, ahora, en razón de poesía, y también en razón de rebusca de la vida, de la aventura iluminada, de San Juan de Dios —San Juan de Dios, una aventura iluminada—, que escribió años después. La temática de Cruset es, por lo tanto, una temática humanamente lírica y personal. Todo en su obra canta lo perdido: la muchacha Jeanne, que le acompaña a las Escuelas Francesas, “por las calles, amarillas de primeros tranvias”; Ignacio María, que “murió jugando a la pelota en el jardín del Colegio Samá”; los mares azules de los mapas escolares; las “tardes lentas sin estudiar Historia del Derecho”; el amor… Pero siempre queda la soledad, a veces la soledad compartida, el sueño, el recuerdo o la palabra; siempre queda la aventura de la palabra, para intentar de nuevo, con renovada ansia.

En La niebla ha quedado (1958), la palabra se convierte, de hecho, en tema central del libro. Es una palabra que viene “con cuánta antigüedad, con qué reciente contacto de esperanza y de milagro”; es una palabra que llega “a tiempo de salvar una muerte o una ausencia”, pero es una palabra que duele —“mientras la losa de la infancia, a cuestas, pesa como un rencor o una palabra”—, una palabra que comienza a escaparse de la realidad: “Era un azul ajeno a las palabras”, dirá, en el poema titulado Azul muchacha.

Pero Cruset sabe bien que no son tan sólo las palabras las que crean, las que definen. Está también la música —“la música callada, la soledad sonora”—, están también los silencios:

Cuando dices adiós, y parece que todo ha terminado, yo me quedo escuchando el silencio que dejas.

Poesía arraigadamente personal, preocupada del “encargo”, de la “misión”, del “envío” del hombre. Poesía de un corazón como un molino viejo “habitado tan sólo por la niebla”, poesía de un “ser pequeño entre las montañas”. Y sobre todo, poesía que se agita, que se revuelve, que cree y que, a veces, como en su poema del mismo libro Las últimas palabras, y sobre todo como algunas de sus composiciones de La infinita manera, desprecia y pisotea las palabras. Ante la muerte queda la vida: “Detrás está toda la vida, todo lo amado inútilmente”, pero también llega un momento en que “las palabras no sirven después cuando todo termina”. Desde “el ayúdame a marchar diciendo las palabras que me salven”, hasta esta proclamación desgarradora de la inutilidad de las palabras, se aprieta, se agita esta poesía, con una autenticidad y una valentía que sólo responden a una muy seria vocación en la vida.

José Cruset - escritores en la orilla
Escritores en la Orilla: José Cruset y la aventura de las palabras. 19 de abril de 1964 – diario ABC